dilluns, 5 d’agost del 2013

Reencuentros - 14

14
Después de que Lou saliera de mi habitación me sentí vacía y llena a la vez.
Vacía porque ya lo echaba de menos, llena porque mi vida había recobrado sentido.
Me quedé mirando la puerta, como si tuviera que volver a entrar por la puerta en cualquier momento.
Suspiré al darme cuenta que no sería así.
Giré la cabeza hacia la ventana y observé los rayos de sol que se filtraban por la persiana mientras mi mundo se oscurecía y desaparecía, obligándome a cerrar los ojos.

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Me desperté otra vez, pero por la persiana cerrada y la ausencia de mis flores supe que era de noche.
Giré la cabeza para mirar la butaca que estaba situada al lado de mi cama, esperando encontrar a Lena, pero no era ella.
Su pelo color miel liso estaba revoloteado  y le caía sobre los hombros de su camisa azul.
- ¡Ruby! –dije lo más fuerte que pude.
Abrió sus ojos marrones bruscamente, se giró hacia mí y me miró.
Pero si mi hermana debería estar en la Universidad de Manchester…
- ¿Qué haces aquí?
- Lionela me avisó esta mañana y cogí el primer vuelo desde Manchester que pude.
- ¿Y dónde está ella?
- La mandé a dormir a su casa. Ya había pasado una noche aquí.
- Anda…
Miré a mi hermana en un intento de sonrisa, pero su mirada era triste y pude ver cómo tenía que contenerse para que no se le escaparan las lágrimas.
- ¿Qué te pasa, Ruby?
- Nada, nada. Es sólo que verte así… con los tubos y todo… como si no pudieras respirar por ti sola… -una lágrima rodó bajando su mejilla.
- Anda, tonta… Estoy bien. Ven aquí.
Intenté abrazarla, pero no podía incorporarme, así que me conformé en apoyar mi cabeza en su pecho y ponerle mis brazos alrededor de su cuello.
Cuando se apartó, se secó los ojos y me dedicó un esbozo de sonrisa.
No podía soportar verla sufrir, y menos si sufría por mí, y menos si podía evitarlo.
Palpé con mi mano el trozo de plástico que unía los tubos de oxigeno con mi nariz.
- Además –empecé  decir-, sí que puedo respirar por mi sola. Mira.
- No, no, Hannah, no. Es mejor que no lo hagas.
- Si no pasa nada, mujer. Ya estoy bien, llevo casi dos días aquí.
- ¿Estas segura? No quiero que…
- Cien por cien segura –dije sonriendo.
Busqué con mi mano el conector de los tubos, lo cogí entre los dedos y lo separé de un tirón, e inspiré una buena cantidad de aire por la nariz.
Ruby me miró sorprendida.
- Mira, ¿ves? No pasa nada. Estoy…
“Estoy bien”, pensé, pero mis labios no respondían.
Entonces el mundo empezó a dar vueltas literalmente y caí en el colchón, cogiendo con fuerza la barandilla y abriendo la boca al máximo para poder coger todo el aire posible.
Pero no podía. Me ahogaba. Lo sabía.
El pecho me escocía, mis pulmones reclamaban aire a gritos. Pero mi boca no respondía.
La habitación seguía rodando. Había… ¿dos Rubys? Tampoco oía nada. Se escuchaban gritos muy amortiguados debajo el pitido y los latidos de mi propio corazón.
Entró gente a la habitación. Clavé las uñas en la barandilla, para intentar amortiguar el dolor. Pero seguía ahí.
Rogué desconectar, deseé desmayarme, o morirme, pero que eso terminara de una vez.
Entonces me inyectaron algo en el brazo y mi mundo se volvió de colores. Amarillo, verde, azul, rosa chillón y lila. Vi burbujitas flotando en el aire y ranas multicolores saltando de una parte a otra de la habitación.
La gente empezó a ponerse alrededor de mi cama, mirándome. Uno llevaba una corona de flores y una camisa hawaiana. También entró Louis, con un traje de conejito rosa y dando saltitos por la habitación.

Y entonces, de repente, nada. Negro. Como una máquina sin batería que se apaga para no volverse a encender.

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