14
Después de que
Lou saliera de mi habitación me sentí vacía y llena a la vez.
Vacía porque ya
lo echaba de menos, llena porque mi vida había recobrado sentido.
Me quedé mirando
la puerta, como si tuviera que volver a entrar por la puerta en cualquier momento.
Suspiré al darme
cuenta que no sería así.
Giré la cabeza
hacia la ventana y observé los rayos de sol que se filtraban por la persiana
mientras mi mundo se oscurecía y desaparecía, obligándome a cerrar los ojos.
--
Me desperté otra
vez, pero por la persiana cerrada y la ausencia de mis flores supe que era de
noche.
Giré la cabeza
para mirar la butaca que estaba situada al lado de mi cama, esperando encontrar
a Lena, pero no era ella.
Su pelo color
miel liso estaba revoloteado y le caía
sobre los hombros de su camisa azul.
- ¡Ruby! –dije
lo más fuerte que pude.
Abrió sus ojos marrones
bruscamente, se giró hacia mí y me miró.
Pero si mi
hermana debería estar en la Universidad de Manchester…
- ¿Qué haces
aquí?
- Lionela me
avisó esta mañana y cogí el primer vuelo desde Manchester que pude.
- ¿Y dónde está
ella?
- La mandé a
dormir a su casa. Ya había pasado una noche aquí.
- Anda…
Miré a mi
hermana en un intento de sonrisa, pero su mirada era triste y pude ver cómo tenía
que contenerse para que no se le escaparan las lágrimas.
- ¿Qué te pasa,
Ruby?
- Nada, nada. Es
sólo que verte así… con los tubos y todo… como si no pudieras respirar por ti
sola… -una lágrima rodó bajando su mejilla.
- Anda, tonta…
Estoy bien. Ven aquí.
Intenté
abrazarla, pero no podía incorporarme, así que me conformé en apoyar mi cabeza
en su pecho y ponerle mis brazos alrededor de su cuello.
Cuando se
apartó, se secó los ojos y me dedicó un esbozo de sonrisa.
No podía
soportar verla sufrir, y menos si sufría por mí, y menos si podía evitarlo.
Palpé con mi
mano el trozo de plástico que unía los tubos de oxigeno con mi nariz.
- Además –empecé
decir-, sí que puedo respirar por mi
sola. Mira.
- No, no,
Hannah, no. Es mejor que no lo hagas.
- Si no pasa
nada, mujer. Ya estoy bien, llevo casi dos días aquí.
- ¿Estas segura?
No quiero que…
- Cien por cien
segura –dije sonriendo.
Busqué con mi
mano el conector de los tubos, lo cogí entre los dedos y lo separé de un tirón,
e inspiré una buena cantidad de aire por la nariz.
Ruby me miró
sorprendida.
- Mira, ¿ves? No
pasa nada. Estoy…
“Estoy bien”,
pensé, pero mis labios no respondían.
Entonces el
mundo empezó a dar vueltas literalmente y caí en el colchón, cogiendo con
fuerza la barandilla y abriendo la boca al máximo para poder coger todo el aire
posible.
Pero no podía.
Me ahogaba. Lo sabía.
El pecho me
escocía, mis pulmones reclamaban aire a gritos. Pero mi boca no respondía.
La habitación
seguía rodando. Había… ¿dos Rubys? Tampoco oía nada. Se escuchaban gritos muy
amortiguados debajo el pitido y los latidos de mi propio corazón.
Entró gente a la
habitación. Clavé las uñas en la barandilla, para intentar amortiguar el dolor.
Pero seguía ahí.
Rogué
desconectar, deseé desmayarme, o morirme, pero que eso terminara de una vez.
Entonces me inyectaron
algo en el brazo y mi mundo se volvió de colores. Amarillo, verde, azul, rosa
chillón y lila. Vi burbujitas flotando en el aire y ranas multicolores saltando
de una parte a otra de la habitación.
La gente empezó
a ponerse alrededor de mi cama, mirándome. Uno llevaba una corona de flores y una camisa hawaiana. También entró Louis, con un traje de conejito rosa y dando saltitos por la habitación.
Y entonces, de
repente, nada. Negro. Como una máquina sin batería que se apaga para no
volverse a encender.
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