Deciros que no me he olvidado del capítulo que os debo,
y que vosotros no os olvidéis de mí y de entrar en el blog día sí día no para ver si he subido, porque ahora llega la parte más interesante de la novela y...
'Big news coming soon'.
79
‘When there’s
nothing left to say, nothing left to fight for,
nothing else wanna live for, even to dream
for,
What do you become in?’
Un día de Julio de 2010,
2:02AM.
Doncaster
¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí, en mi cama? No lo sé.
¿Cuánto rato
llevo intentando dormir?
Sin embargo, no puedo. No puedo dejar de pensar en Louis.
Otra vez, sí, otra vez. Es que no hay nada más en qué
pensar, en qué torturarme. Es la última cosa en la que pienso antes de irme a
dormir y la primera al despertarme.
Ya hace horas que doy vueltas en la cama, así que me
levanto. Me pongo las zapatillas y salgo de mi habitación.
Bajo las escaleras y voy hacia la cocina. Cojo un vaso y lo
lleno de agua del grifo. Me lo bebo de un golpe y lo vuelvo a llenar. Voy al
sofá para beberme el tercer vaso. Me siento. Me miro las manos, las uñas. Son
feas, muy feas. Tengo que pintármelas. Me miro los calcetines de colores que
llevo en los pies.
Entonces, oigo un grito. Un grito de mujer. Un grito de mi
madre.
Tiro el vaso literalmente y voy corriendo hacia el segundo
piso. Corro hacia la habitación de mis padres y la abro, sin llamar.
- ¿¡Qué pasa?! –exijo.
- Paul… Papá ha tenido un ataque al corazón –dice mamá, con
lágrimas en los ojos.
- Voy a llamar a una ambulancia.
Sin tiempo para masticar la noticia, o reaccionar a ella,
corro otra vez hacia el comedor. Me choco con Ruby en el pasillo, que me pide
una explicación, pero no le hago caso y sigo corriendo hasta que encuentro el maldito
teléfono, marco el número de urgencias y le doy a llamar.
Les digo que mi padre ha tenido un ataque de corazón, les
doy mi nombre y mi dirección y me prometen que en poco tiempo estarán aquí.
Le explico a Ruby que papá ha tenido un ataque de corazón y,
sin darle tiempo para contestar, me voy corriendo hacia la habitación de mis
padres otra vez.
- Mamá, la ambulancia no tardará mucho en llegar –le digo,
poniéndole una mano en el hombro-. Anda, vístete, no querrás ir al hospital en
pijama.
- Pero, tu padre…
- Ya lo vigilo yo, corre.
¿Vigilar? ¿Para qué? ¿Vigilar si pasa algo malo?
¡Ya le pasa algo malo! ¡Y no sé qué demonios hacer!
Le toco el pecho. ¿Late? ¿O no?
- ¡Y yo que sé! –sollozo, contestándome a mí misma.
Unos minutos más tarde llega la ambulancia. Unos hombres
cogen a papá y lo cargan en la parte trasera. Mamá sube con él y Ruby y yo nos
quedamos en casa.
Ambas nos vestimos y cogemos cuatro cosas, las metemos en el
bolso y subimos al coche de mamá. Hace poco que Ruby se ha sacado el carnet de
conducir, así que estamos “de suerte”.
Entre cinco y diez minutos más tarde llegamos al hospital.
Como es de noche, hay muchos sitios libres, así que Ruby aparca en el primero
que ve y nosotras corremos hacia la entrada de urgencias.
Buscamos a mamá. Está en una sala de espera.
Ruby y mamá lloran. Yo no. Yo no he aceptado eso aún. Papá
se va a salir de esta. Lo sé. Papá es el más fuerte de la familia. Él siempre
sale intacto de los apuros. Siempre. Y esta vez no va a ser diferente, lo sé.
No voy a llorar. ¿Por qué debería hacerlo? Esto es solo un bache, como tantos
otros ha habido. No hay por qué preocuparse. Mañana nos vamos a estar riendo
todos del asunto.
Media hora más tarde, viene un médico y pregunta por la
familia Malker.
- Su marido ha sufrido un ataque de corazón –dice el médico,
dirigiéndose a mi madre-. Pero se ha recuperado. Hemos conseguido reanimarlo y
ahora vuelve un pulso firme…
Mi madre suelta un chillido de alegría.
- …sin embargo, tiene que estar las siguientes 24 horas en
observación, para que no vuelva a haber sustos como éste. Pero, no se
preocupen, no tendrían por qué haberlos.
El médico se va y mamá y Ruby se abrazan y chillan.
- ¿Lo veis? Sabía que no iba a ser nada y que papá volvería
a estar bien.
Mamá me da un beso. Está llorando, pero creo que ahora es de
felicidad.
Mamá, Ruby y yo pasamos la resta de la noche en esa sala de
espera. Nos tumbamos en las sillas y hacemos turnos para dormir, aunque creo
que ninguna consigue hacerlo.
Las 6:22 de la mañana y aún estamos aquí esperando a que nos
digan algo.
A las 8:30 viene un médico y nos dice que podemos entrar a
ver a papá, pero no las tres a la vez. De dos en dos.
Primero entra mi madre sola, que sale cinco minutos después
con una sonrisa en la cara.
- No está muy guapo, que digamos. Pero parece que
está bien, y eso me alegra –nos cuenta.
Entonces entramos Ruby y yo.
Es verdad, papá no está muy guapo con todos esos tubos
conectados a él ni esa mascara de oxígeno que lleva puesta.
Me acerco a uno de los lados de la cama y lo miro.
Mi padre. El hombre que me ha criado y educado. Que me ha
permitido caprichos y negado sandeces. Que…
Entonces, se oye un pitido. Un pitido muy fuerte.
Varios hombres y mujeres vestidos completamente de blanco
entran en la habitación y nos hacen fuera a mi hermana y a mí.
Salimos confusas al pasillo, donde nos espera mi madre.
- ¿Qué pasa? –pregunta mamá.
- No lo sé –contesta Ruby.
Miro hacia la habitación. Hay una ventana que permite ver lo
que está sucediendo.
Dentro, hay media docena de médicos rodeando la cama donde
está mi padre, gritan cosas que no puedo oír y se pasan cosas que no puedo ver.
- Creo que papá ha tenido otro ataque de corazón –digo,
aunque estoy convencida de ello.
Muy nerviosa, y con el pulso acelerado, me quedo siento en
la silla dónde había intentado dormir. Ruby intenta darme la mano, pero yo la
rechazo. No quiero que piensen que las cosas van mal y que actúen como si lo
fueran.
Esperamos en silencio. Esperamos. Esperamos. No hacemos nada
más.
Me muerdo las uñas, en un intento de ahuyentar los horribles
pensamientos que vuelan en mi cabeza.
A los minutos, sale un hombre, con una mascarilla y una bata
blanca, que se acerca a nosotros.
Nos mira, fija sus ojos en nuestras caras de impaciencia,
busca las palabras adecuadas para decir.
- Lo siento –dice el hombre-. Esta vez no hemos podido hacer
nada…
- No –susurro.
- … Paul ha muerto.
Mamá no responde, se ha quedado inexpresiva, Ruby llora, con
la cara soterrada entre las manos.
- ¡No! –chillo- ¡No!
El médico me mira.
- No… No. No. ¡No!
Toda la gente se gira hacia mí, pero a mí no me importa.
Papá. Mi padre.
Chillo. No puedo parar de gritar. No me lo creo, no es
posible.
Está muerto.
Retrocedo. Doy una pasa atrás, luego otra. Me aparto de
aquel hombre que me ha hecho daño.
“No lo voy a volver a ver nunca.”
- ¡NO!
Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas, pero eso no
me importa.
“Nunca volverá a sonreír.”
Debo huir. Debo escapar.
“Nunca volverá a contarme cuentos.”
Sigo retrocediendo hasta que choco con la fría pared. Me asusto
y suelto un chillido.
“Nunca volverá a besarme la nariz.”
Hay médicos rodeándome, preocupándose por mí y por mi vida,
cuando la única vida que a mí me importa es la que ahora ya no está.
“No. Mi padre. Mi mejor amigo.”
Entonces, hecho a correr.
“No puede ser que se haya ido. Es imposible. Papá siempre
había sido un luchador…”
- ¡NO! ¡NO! ¡NO! –grito, mientras recorro los fríos y
blancos pasillos del hospital.
“… Siempre nos había enseñado a luchar por las personas que
queremos.”
Corro. Huyo. Huyo de una realidad que nunca dejará de serlo.
Huyo de la verdad esperando que se convierta en mentira.
“Quizás con mi padre no todo habían sido flores, es cierto.
Pero poco me importaba. No me importaba que me regañara por alguna cosa que
había hecho, o que me castigara por no ordenar mi habitación, o que se enfadara
conmigo cuando no llegaba a casa a la hora.”
Salgo del hospital y echo a correr por la calle.
“¿Qué más da ahora todo eso? Mi padre está muerto.”
Las tiendas, la gente… Nada me importa. Sólo intento no
chocarme con nada y correr lo más rápido posible para alejarme del dolor.
“Muerto, estúpida imbécil, está muerto.”
Tropiezo con algo y caigo al suelo.
Me quedo ahí, en el frío y triste suelo, sollozando,
gritando, intentando echar de mi cuerpo esa sensación de desesperación que me
recorre las venas.
Alguien me ofrece ayuda para levantarme, pero en lugar de
eso retrocedo por el suelo a gatas, me levanto y sigo corriendo.
- ¡No! ¡NO! No… -grito, atragantándome con mis propias
lágrimas.
Llego a casa. Mi casa. La casa dónde los cuatro vivimos.
Porque nada va a cambiar. Nada.
“Papá está bien, papá está bien”.
Subo la escalera de madera y entro en mi cabaña del árbol.
Me siento en el suelo, y escondo la cabeza entre las
rodillas.
“Nada va a cambiar. Todo sigue igual.”
Y me quedo ahí, llorando, pero sin hacer caso a mis
lágrimas, creyendo que papá va a venir a buscarme. Va a subir la escalera y
hacer ver que no sabía que estaba aquí. A besarme la frente, abrazarme y
decirme que todo está, y que todo va a estar bien.
Como cuando era pequeña. Cuando me escondía. Cuando mi mayor
preocupación consistía en que me castigaran sin postre. Cuando todos mis
problemas consistían en qué vestido ponerme para ir al colegio.
“Papá sabe que estoy aquí. Él vendrá a buscarme. Siempre lo
hace. Se preocupa por mí, va a venir a por mí. Sólo hay que esperar…”
Como cuando era una niña pequeña.
Pero para aquel entonces, justo ese día, yo había dejado de ser
una niña pequeña.
Pero yo no lo sabía.
Pero papá no vino. No podía venir, por mucho que lo
quisiera. Por mucho que lo deseara. Por mucho que rogara a un dios en el que no
creía. Por mucho que pregara con mis mejores intenciones.
Pero yo no lo sabía.
Me quedé ahí, agachada, sentada en el suelo de mi cabaña del
árbol, con la cabeza escondida entre las piernas y las manos tapándome los
oídos, sin ver nada, cegada por mis propias lágrimas y ahogada por mis propios
sollozos.
Me quedé ahí, contemplando, sin darme cuenta, cómo perdía la
consciencia, y cómo moría una luz dentro de mí: Mi infancia, mi inocencia, mi
felicidad.
Y, desde ahí, no pude hacer nada más que creer que podría
superarlo y seguir adelante, y murmurar dos palabras en el silencio de la
oscuridad.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada