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WHEN YOU'RE GONE - Avril Lavigne
Esa mañana salí temprano de casa, con Ruby detrás de mí.
Paré a un taxi y subimos.
- Al cementerio de Doncaster, por favor.
El coche arrancó. Apoyé mi espalda en el asiento y giré la
cabeza hacia la ventana.
Doncaster. La preciosa y antigua Doncaster. Mi ciudad, donde
había nacido y crecido.
Cómo había echado de menos estar en casa.
Mientras cruzábamos la ciudad, miraba por la ventanilla del
coche las calles, la gente, los edificios, las tiendas.
Me giré hacia Ruby. Ella también estaba mirando por la
ventana.
- ¿Echabas de menos Doncaster?
Ella se giró hacia mí.
- Sí –se limitó a decir.
Unos minutos más tarde llegamos. Pagamos al hombre y bajamos
del taxi.
Anduvimos dentro del cementerio y seguimos el camino hasta
llegar a una plaza cuadrada, con altos muros llenos de lápidas en todas las
bandas.
Me acerqué hacia una de ellas, una gris, de pierda,
sencilla; con unos grabados en las esquinas y una inscripción en el centro.
Crucé la lápida en diagonal rozándola ligeramente con la
lápida de los dedos y leí cuidadosamente la breve inscripción, aunque ya lo
había hecho miles de veces antes.
“Paul Austin Malker
Mayo 1956 – Julio 2010”
Suspiré.
Me senté en un banco de piedra que había cerca y contemplé
la lápida de mi padre.
No sabía qué decir, no sabía en qué pensaba.
Sólo una cosa ocupaba mi mente: una canción.
Una canción, triste, bonita, odiosa, preciosa.
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When You're Gone
I always needed time on my
own
I never thought I'd need you there when I cry And the days feel like years when I'm alone And the bed where you lie is made up on your side When you walk away I count the steps that you take Do you see how much I need you right now? When you're gone The pieces of my heart are missing you When you're gone The face I came to know is missing too When you're gone The words I need to hear to always get me through the day And make it OK I miss you I have never felt this way before Everything that I do reminds me of you And the clothes you left are lying on the floor And they smell just like you I love the things that you do When you walk away I count the steps that you take Don’t you see how much I need you right now? When you're gone The pieces of my heart are missing you When you're gone The face I came to know is missing too When you're gone The words I need to hear to always get me through the day And make it OK I miss you We were made for each other I'm here forever I know we were All I ever wanted was for you to know Everything I do I give my heart and soul I can hardly breathe I need to feel you here with me When you're gone… |
Maldita canción. Se había pegado a mi mente como una lapa y
no quería soltarse. Y no ayudaba mucho a la situación, que digamos.
Sólo había conseguido hacerme llorar. Otra vez.
Noté una mano encima de mi hombro.
- Sabía que te encontraría aquí.
Louis me acarició la espalda suavemente y se dirigió a la lápida de piedra. Delante,
colocó el ramo de flores que llevaba consigo.
Volvió hacia mí y se sentó a mi lado.
- ¿Sigue siendo duro?
Asentí con la cabeza. Seguía sin creerme que mi padre
estuviera muerto.
- ¿Me abrazas?
- Claro, cielo.
Louis me abrazó. En sus brazos, todo era más fácil.
Me
sentía en una nube. Nada podía afectarme mientras estuviera junto a él. Nada
importaba. Ese abrazo, era la única cosa que
necesitaba para ser feliz.
No había nada más en el mundo que…
- ¿Hannah?
Abro los ojos y veo a Ruby delante de mí.
- Hannah, ¿estás bien? Te has
quedado dormida en el mismo banco de piedra.
- ¿Eh, qué? Ah. Ah, sí, sí.
Vámonos.
--
Pasé el día entero con Ruby, hasta
las seis y media, cuando ella cogió el tren otra vez para Manchester.
Fui con ella a la estación, me
despedí de ella con un beso y le hice adiós con la mano mientras el tren se
alejaba.
Volví a casa.
“Mañana vuelvo al trabajo”, pensé.
Tenía muchas cosas por hacer antes
de empezar con la rutina del lunes otra vez; sin embargo decidí hacer un
pastel, ya que me apetecía mucho.
Saqué el papel donde tenía
apuntada la receta.
“4 huevos, 400g de harina, 250g de
azúcar, 250g de leche…”
Cogí los ingredientes del armario,
puse el horno a calentarse e hice la masa, como siempre la hago.
Cuando hube untado el molde con
mantequilla y hube abocado la masa en el molde, lo metí en el horno y puse el
temporizador a 25 minutos.
Fui a ducharme, y volví a la
cocina. Esperé el minuto restante, y abrí el horno, pinché el pastel con un
palillo y lo saqué.
- Está limpio. Está hecho.
Me puse el guante de horno y saqué
el pastel del horno.
- Esto no está hecho.
Era raro. Por fuera había quedado
crujiente pero por dentro había quedado crudo. No líquido, como suele quedar un
pastel cuando está crudo.
- Qué raro. No habré puesto el
gratinador en lugar del horno normal, ¿no?
Por si un caso, volví a
reprogramar el horno y, cinco minutos después, volví a meter el pastel.
Esperé diez minutos y luego lo
saqué otra vez.
No se había hecho.
¿Por qué? ¿Por qué no me había
quedado como las otras veces, si había hecho exactamente lo mismo?
Cogí un pedazo de corteza que se
había caído al sacarlo del horno y me lo puse en la boca.
- ¿Qué coño?
Pues claro que no me había salido
bien. Eso era salado.
Había puesto sal en lugar de
azúcar.
Dios mío, ¿cómo pude? ¿Cómo no me
di cuenta?
- Pues anda. Cuatro huevos y más
de un kilo de ingredientes a la mierda.
Cogí el pastel y lo tiré a la
basura.
Totalmente desmotivada para cocinarme algo de cenar,
encargué una pizza y pedí que me la trajeran a casa.
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