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'We're on fire, we're on fire now'.
Bajé corriendo las escaleras.
Ruby ya había entrado y estaba en el rellano.
- ¡Enana!-gritó al verme.
- ¡Ruby!
Salté el último tramo de escaleras y me lancé hacia mi
hermana, que me cogió en el aire y me dio un fuerte abrazo.
- ¡Ruby! ¿Qué haces aquí? –pregunté, feliz, sin quitar mi
cara de su hombro.
- Tenía un par de días libres y he venido a ver a mi
hermanita. ¿No te parece bien?
- ¡Claro! Mucho. Sólo que, me ha sorprendido –sonreí.
- Quería darte una sorpresa.
Ruby miró hacia mi puerta.
- ¿Molesto? Quiero decir, ¿estás sola, no?
- Sí, sí. De hecho, acabo de llegar del aeropuerto. No he
tenido tiempo ni de deshacerme la maleta.
- ¿En serio? –asentí con la cabeza- Pues yo te ayudo.
Ruby y yo subimos a mi piso y llevamos la maleta a la
habitación. Le resumí mis vacaciones en Londres, las partes más importantes y
tal. Si quería oír la historia completa, tendría que esperar.
Me llevaría días
contar esa historia.
- Lo siento, Ruby, pero me gustaría cenar aquí hoy. Tengo unas
ganas de estar en casa…
- Tranquila, lo entiendo. La culpa es mía, por haber venido
sin avisarte. Lo siento.
- Me ha encantado que vinieras sin avisar –le sonreí.
Ruby puso la mesa mientras yo hacía espaguetis.
Cogí la olla hirviente por las asas y aboqué los espaguetis
dentro de un bol de cristal, y lo llevé a la mesa.
- ¿Quieres que encienda la tele? -le pregunté.
- ¿Es necesario?
- Yo creo que no.
- Yo creo que tampoco.
Saqué una botella de vino e serví dos copas.
- ¡La cena está en la mesaaaaa! –grité, cómo cuando era pequeña.
Ruby se rió. Nos sentamos y empezamos a cenar.
Hablamos, de Londres, de Manchester, de mi trabajo, de sus
estudios, de cuantos exámenes tenía, de todo el trabajo que yo tendría
pendiente…
No aparté los ojos de Ruby en casi toda la cena.
Ruby. Mi hermana mayor. Su pelo color miel ondulado,
inclinado hacia un lado de la cabeza. Sus ojos marrones, esos ojos marrón arce,
ligeramente sombreados de negro. Sus labios finos y rosados. Sus hoyuelos en
ambas mejillas que se marcaban cada vez que sonreía.
La había echado mucho de menos. Y hasta en ese momento no me
había dado cuenta de lo que significaba Ruby por mí.
- ¿Hannah?
- Dime.
- Oye… Mamá está en Manchester.
Crash.
- Hannah, se te ha caído la copa de…
- ¿¡Que mamá está en Manchester?!
Ruby enmudeció.
- Sí…
- ¿¡Y no me lo habías contado?!
- ¡Lo estoy haciendo ahora!
- Ruby, desde que murió papá que no veo a mamá.
- Lo sé, Hannah, ¡lo sé! ¡Y yo tampoco la había visto hasta
entonces! Sólo que… Hace tres días se presentó en mi casa y me dijo que había
venido a verme. Pero ya no podía soportarla más, Hannah. No podía. ¡Por eso he
venido!
Suspiré. La rabia dentro de mí crecía. Tenía ganas de
gritar, de gritarle a Ruby, de gritarle a mamá, de gritar todo lo que me
había estado callando durante tres años. Tenía ganas de explotar.
- ¿Ha vuelto, se ha presentado en tu casa y te ha dicho que
te echaba de menos? ¿Eso es todo? ¿No te ha pedido disculpas?
- No. Sabes que mamá es demasiado orgullosa para eso. Actuó
como si nada hubiera pasado, y yo no podía con eso, Hannah.
- ¿Cómo está?
- ¿Qué?
- Mamá. Cómo está.
- Igual –Ruby meditó la pregunta unos instantes-. Más vieja,
aunque de aspecto se conserva igual.
- Ah. Genial.
¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? ¿Tan… espontáneo?
De hecho, la espontaneidad fue lo que nos trajo a esa
situación.
Mi padre murió, en verano de 2010, de un ataque al corazón.
La mañana del día de su funeral, mi madre desapareció. Se fue. Sin decir nada a
nadie. Sólo dejó una nota diciendo que si queríamos algo, la encontraríamos en
Nueva York, y un cheque de 2.500 libras.
A partir de entonces, Ruby y yo tuvimos que tirar adelante,
solas. Yo sólo tenía 19 años, y de un día para el otro pasé de tener una
familia a ser huérfana de padre y madre.
Ruby consiguió una beca que le pagaba los estudios, y
compaginaba la universidad con el trabajo de camarera, para así llevar un
sueldo a casa y salir adelante.
Yo había entrado en la facultad de matemáticas. Hice los dos
primeros años, pero al tercero me denegaron la beca, y yo no podía pagar los
dos años restantes, así que dejé la universidad y acepté un trabajo de contable que me había ofrecido una empresa británica.
Y ahora, tres años después de abandonarnos, de dejarnos
tiradas, sin siquiera decirnos adiós, mi madre volvía, y pretendía que todo
volviera a la normalidad.
- ¿Querrás verla? –me preguntó Ruby.
Mi madre.
Una parte de mí necesitaba comprobar que era
verdad, que estaba bien. Pero ni ella se lo merecía ni yo podría soportar el
verla otra vez.
- No. Ya sabes que todo esto me supera –dije, casi en un
susurro.
- Vale. No hablemos más del tema. Ahora, cuéntame: ¿Qué tal
las cosas con Louis?
Ruby y yo seguimos hablando hasta que terminamos de cenar.
Luego, recogimos la mesa y pusimos el lavavajillas. Saqué un cojín y una funda
y una manta limpias y las acomodé en el sofá, para que Ruby pudiera dormir felizmente.
Yo estaba muy cansada por el vuelo, las maletas, lo de
mamá y todo; así que le di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla a mi
hermana y me fui a la cama.
Sin embargo, no dormí.
En el silencio de la habitación, lloré. Silenciosamente,
ahogándome a mí misma.
¿Por qué? La verdad es que no lo sé exactamente.
Por papá, porque lo seguía echando de menos. Porque seguía sin
creerme que nunca lo volvería ver, que nunca me contaría otro cuento. Que nunca
me volvería a pegar esas pegatinas de flores tan horrorosas en las uñas, pero
que a él le gustaban tanto, y que yo no volvería a quitármelas discretamente, nunca más. Que nunca podría pedirle perdón por todos los dibujos pintados en
las paredes blancas de casa, que nunca podría darle las gracias por hacer tan
divertidas las tardes volviendo a pintar la pared de blanco. Que nunca podría
agradecerle que me regalara a mi perrita, Cookie. Que nunca podría enseñarle
dónde he llegado. Que nunca podría saber que entré en la facultad de
matemáticas, y que lo hice por él. Que él nunca me podría decir que se sentía
orgulloso de mí. Nunca.
Que nunca podría darle las gracias por todo lo que había
hecho por mí, por lo que había luchado, por lo que me había enseñado, por esas
risas que me había quitado.
Y que se había ido. No volvería nunca más.
Y yo no había podido decirle que le
quería.
Por mamá. Porque nos abandonó, nos dejó tiradas, desconcertadas.
Ni Ruby ni yo sabíamos cómo funcionaba la vida adulta, y tuvimos que aprenderlo
de la forma más amarga posible. Porque se había ido, porque yo había temido por
ella, que le pasara algo malo. Porque ella no superó la muerte de papá. Se fue,
como si los kilómetros pudieran borrarlo todo. Porque se equivocó. Porque no
pensó que realmente nosotras la queríamos y la seguiríamos queriendo después de
todo. Porque, por muy mal que lo pasásemos por su culpa, en el fondo, seguía
siendo nuestra madre.
Por Louis. Sí, por Louis. Porque lo echaba de menos. Porque
no sabía si él me echaba tanto de menos como yo. Porque todo eso del amor se me
estaba haciendo raro, nuevo, diferente. Las cosas iban muy rápido y en cierto
modo yo tenía miedo a someterme a ellas, aunque en el fondo eso era lo que yo
quería. Si las cosas tenían que ir a ese ritmo con Louis, que bienvenidas fueran. Me daba igual cómo o a qué ritmo fueran las cosas, mientras que fueran con él. Porque, ahora que él no estaba a mi lado, que no me acariciaba el pelo,
que no me cantaba, que no me decía que me quería, me sentía sola. Completamente
sola. Todo había perdido sentido. ¿Cómo podría yo tirar adelante sin esos ojos
azules apoyándome? Sólo dos semanas, sólo dos semanas más. Doce días y todo
esto habrá terminado. ¿Doce días? Eso era una eternidad. No podría vivir sin
esa sonrisa que iluminaba mi día mucho más tiempo.
Papá, mamá y Louis. Mis motivos de alegría, y a la vez de
tristeza.
Llamaron a la puerta.
Me sequé los ojos rápida y torpemente y, con un hilo de voz,
conseguí decir:
- ¿Sí?
- Enana, soy Ruby. ¿Quieres que duerma contigo esta noche?
- Sí, por favor.
Ruby entró y cerró la puerta con cuidado. Se tumbó a mi
lado, me secó la frente y la cara con un pañuelo y me acarició la mejilla.
Me dio un beso en la frente y dijo:
- Buenas noches, Hannah. No olvides que te quiero mucho y
siempre voy a estar ahí para lo que necesites, ¿sí?
- Sí. Te quiero, tonta.
- Y yo a ti, pequeña. Buenas noches.
Y ahí, entre los brazos reconfortantes de mi hermana, me
dormí.
Y dormí plácidamente.
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